Edición de video: entre la evolución tecnológica y el oficio que no se improvisa
Opinión por
Christian Cardoza
Antes, editar era un proceso artesanal. En las viejas islas de edición, se manipulaban rollos de película de 16 o 35 mm, cortando cuadro por cuadro y pegando a mano cada secuencia. Se necesitaba precisión quirúrgica, paciencia y una memoria visual prodigiosa. Hoy, gracias a la edición digital, ese proceso ha cambiado radicalmente. Basta con un software, una computadora (o incluso un teléfono), y ya puedes colocar tu contenido en una línea de tiempo, ajustar, corregir y exportar con relativa rapidez.
La tecnología ha democratizado la producción audiovisual. Teléfonos inteligentes que graban en Full HD, cámaras de más de 40 megapíxeles, audio en 24 bits, y un sinfín de apps de edición que te permiten hacer “todo desde el celular”. Pero aquí es donde vale la pena hacer una pausa: tener acceso a las herramientas no te convierte en editor.
La edición de video no es una función automática. No se trata solo de saber usar un programa, sino de entender el lenguaje audiovisual, conocer la narrativa visual, dominar el ritmo, el color, el sonido. Ser editor implica formarse, actualizarse constantemente y tener criterio. Porque detrás de cada buen contenido, hay decisiones que van más allá de lo técnico: hay sensibilidad, intención y experiencia.
Hoy más que nunca, vivimos una época donde todo se ve y todo se comparte. Por eso, quienes nos dedicamos a la edición debemos estar preparados para ese reto: mantener la calidad, la coherencia, y la profesionalidad en un mundo donde cualquiera puede “editar”, pero pocos saben realmente cómo contar una historia con imágenes.
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